Mañana me hago el skincare
Llevo 40 minutos frente a la pantalla y pese a que paso más de la mitad de mi día mirándolas, heme aquí, intentando saber cómo modular. Porque parece que el piloto automático nos está consumiendo desde marzo del 2020, y que tuvimos que aprender a vivir así, porque sino, se nos quemaría la comida.
Todo se resume a que son las 10 de la noche y programo la alarma para las 7 am. Obvio que haré ejercicio media hora, me ducho y visto en otros 30 minutos, preparo mi desayuno y me pongo a trabajar. Pero la verdad es que a las 8.20 sigo tapada hasta la nariz, rascándome las piernas, de pronto haciendo scroll en Tiktok para darme un poquito de motivos.
Son las 10 de la noche de nuevo y no entiendo por qué intento dormirme a esa hora, si mi alarma de medicamentos suena a las 11. Y me desvela, me saca de mi mood del tuto, así que me paro y voy al baño. Me trago como puedo las 6 (!) pastillas de esa hora (es una paja estar enferma), y como ya no tengo sueño procedo a ver todas y cada una de las etiquetas de los productos de belleza que tengo a mi alrededor.
Y entro en un estado de profundo saudade, donde recuerdo a mis amigas ruidosas sacando todo mi maquillaje, con sus poleras brillantes, aromas dulces y suspiros de alcohol. Siempre fuimos felices con poco; salir a bailar era suficiente.
Me da mono pensar que en algún momento este departamento diminuto estuvo abarrotado, que compartíamos los vasos, que nunca nadie se limpió tanto los pies cuando entró a mi casa. Y pienso en los pendientes de la mañana, en que no sé si me queda energía para terminar de pasar un excel con los gastos de la siguiente producción.
Con algo de desgano termino por lavarme los dientes y mirar la caja del tocador de reojo. Ya son como las 12 y tengo que decidir si me arriesgo a más desvelo o me levanto temprano. Filo, mañana me hago el skincare.
